Todas las Veris

Visité a mi amiga que vive cerca. Conversamos toda la tarde y al regreso, me acompañó a mi casa aprovechando de caminar un rato y sacar a su perrito. En el camino, me dijo algo que me dejó pensando por varios días. Me explicó la teoría de un científico que planteaba que todo era doble: el espacio, los planetas y cada persona tenía un doble en la otra dimensión también duplicada. Este doble por las noches vive todas las posibilidades y cuando se va a acostar nos comunica su aprendizaje y cuando nosotros despertamos, es nuestro instinto. Todo lo que sentimos como una corazonada, una tincada, el doble lo vivió y esa es su forma de decirnos cuál es el mejor camino.

Me vi. Primero me sentí, sentí lo que me gusta, lo que no me gusta y vi las veces que he desconfiado o confiado y me quedé pensando en cuál Veri habría mandado esa señal.

Veri toda curcuncha frente al computador, se refriega los ojos y fija la mirada en la esquina superior de su computador. 23:18 horas, dice burlón. Esa soy yo. Trabajo en una empresa redactando algunas cosas, en otra haciendo cursos, en una tercera apoyando a emprendedoras. Estudio los fines de semana y salgo por ahí cuando me sobra algo de sueldo. Estoy hasta las cachas de endeudamiento, pero me inventé un plan que me libera en un par de meses más de todo. No sé configurar mi reloj y a cada rato vibra con notificaciones que no me sirven de nada, pero hace años que perdió el suyo análogo y no le ha alcanzado todavía para reponerlo y volver a los palitos giratorios en vez de esta tontera que me amarga la vida. Escribo cosas, invento cosas, mando audios largos, desconfío de las personas con la cabeza muy chica y hace meses que eliminé todas mis redes sociales como gesto de rebeldía. En esas estoy; me esfuerzo tremendamente cada día en construir de a poco la persona que quiero ser. Cuesta, pero de momento siento que avanzo. Al menos, lo que he me he propuesto, lo he conseguido.

Me quedan 42 minutos de hoy, pienso. Sin siquiera quitarme la ropa, me paro de mi silla, rodeo mi cama y me acuesto. La espalda sufre con el contacto con el colchón y se demora un rato en dejar de doler hasta que se adapta a esta nueva postura y me relajo. Acomodo las almohadas más blanditas atrás de mi cabeza y las otras las tiro al piso. Me acomodo los rulos todos hacia atrás y lo último que hago es quitarme los lentes, los dejo en la mesita de noche y apago la luz. Ni siquiera me doy cuento el momento en que mis pensamientos se van hacia el fondo de mi cabeza y me duermo.

Otra Veri, en su otra cama, se despierta. Otra Veri no abre los ojos. Solo se queda ahí tumbada. Esa Otra Veri decide que hoy no. Otra Veri no piensa levantarse de la cama. Los párpados le pesan. Levantarlos será un agotamiento al que no se quiere someter. Flojamente se estira en la cama todo lo larga que es y estira los pies dejando que las frazadas le doblen los empeines hacia atrás. Inhala. Exhala. El pecho le pesa. La inhalación le cuesta, tiene que hacer un pequeño esfuerzo para recibir aire. Un tiempo. Inhala. La exhalación es fácil. Se deja desinflar en dos tiempos. Lento. Se siente vacía por dentro. Le gusta esa sensación. Se queda sin aire unos momentos y se siente cada vez más hundida en el colchón. Inhala cortito, como un pequeño sobresalto. Un esfuerzo que solo alcanza a durar un segundo. Exhala por fin. es como si se derritiera entre las sábanas y se fundiera con ellas. Vuelve a quedarse sin aire. Se demora en retomarlo. No se va a parar. Una vez decidido, se duerme de nuevo.

Veri alternativa abre los ojos. El reloj le vibra anunciándole la hora de despertar. Desliza hacia un lado con el dedo sobre la pantalla y se sienta sobre la cama. Son las 6:04 de la mañana. Se para, se pone su equipo deportivo, sus zapatillas, se cruza un banano sobre la cintura y se pone sus audífonos. Prende el bluetooth de su teléfono y se asegura que estén conectado con los audífonos. Sale de la pieza y se va al baño. Se hace una cola con el pelo y se lava los dientes. Cree que es una falta de respeto con el camino correr con mal aliento. Se rocía un poco de colonia de aeropuerto, de esas que huelen a frutas y sale. Toma el ascensor y se prepara durante el descenso, seleccionando la lista de música y ajustando las metas en su reloj. Espera la cuenta regresiva y parte desde la puerta del edificio corriendo hacia la izquierda. No viene nadie así que cruza la calle. Tiene calculado el primer kilómetro. Es en la esquina de la ciclovía con la calle principal, en el paradero. Sigue oscuro. Pero cree que puede llegar a está allá en menos de seis minutos. Son las seis y veinte de la mañana así que avanza despreocupadamente. Suena «Nowhere fast». El ritmo calza con sus zancadas y le sube el ánimo correr con esa canción. Dura exactos seis minutos. Tiene que llegar antes de que termine. Respira tranquila, todo lo que el ritmo le permite, peor ni siquiera necesita tener la boca abierta. Lleva calzas fucsias, porque cree que a esa hora debe ser visibles para los pocos autos que circulan. Llega a la esquina. El semáforo está en rojo, pero no viene nadie por ninguna parte, así que continúa. No quiere perder ante su propio reto y avanza un poco más rápido tratando de llegar al paradero. Sigue corriendo, avanzando. Casi al llegar a la siguiente esquina, ve parpadear la luz y acelera más el ritmo y aprovecha el nuevo impulso para apresurarse en llegar al punto que decidió. Veri alternativa alcanza el punto acordado con ella misma en 5 minutos con 42 segundos. Sonríe. Sigue corriendo. Aún le quedan 9 kilómetros para completar su meta. La primera mitad siempre en subida y el regreso en bajada. Suenan canciones movidas, de distintos estilos y en algunas hasta se atreve a bailar un poco. La bajada es su parte favorita, cuando marca mejores tiempos.

Llega de trotar, selecciona ropa en su closet, se quita los audífonos y se va al baño. Ese primer chorro frío la energiza. Se enjuaga el pelo, se termina de duchar y apaga el agua. Hace su ritual de rulos, cara, piel, dientes, se viste, brillito, se mira al espejo y se encuentra máxima. Con pantuflas llega a la cocina, se arma su jugo mañanero de verduras. Se cambia los zapatos en la entrada y se va. Vive en un departamento con un sillón en el que ve películas y una planta que tiene hace varios años. No lo decora más porque ni pasa por ahí. Los fines de semana sale con amigas y en la semana siempre tiene algo más que hacer. Se dirige ahora a su bici calipso, que la espera en el estacionamiento y se va pedaleando a la oficina.

Hace años que trabaja en una agencia de comunicaciones. Llegó luego de que se cerrara el diario en el que trabajaba y ya tiene un equipo a su cargo. Le gusta lo que hace, se le da fácil, tiene ideas creativas y sus clientes confían en ella. Gana bien, no tiene deudas y se gasta su sueldo en viajes y teatros. Toma té verde a media mañana y a la hora de almuerzo se sienta sola en algún local por ahí cerca y mira sus redes sociales mientras come alguna ensalada. Le tranquiliza saber lo que ocurrirá mañana y la próxima semana. Le acomoda su rutina, estable y segura. La próxima semana cumple 10 años en la empresa y le dieron una semana de vacaciones que aprovechará en Bariloche. Ese día se acuesta pensando que todavía debe hacer las reservas en el hostal, mientras hunde su cara en la almohada.

Veri dos despierta sobresaltada. Ha cambiado el tono de la alarma cada semana hace meses, pero siempre despierta sobresaltada. Los ojos le arden, siente que durmió diez minutos. Después de apagar la alarma, se recuesta con los ojos bien abiertos mirando el techo y repasa la lista. Cada pendiente, cada tarea, cada detalle. Todo pasa como una lista, una enumeración en su cabeza, desde el pan que debe tostar a las notas que debe entregar a su editor ese día. Se quedó en el diario luego de hacer la práctica ahí. Le habían enseñado que la estabilidad se gana juntando años de experiencia en el mismo lugar. No le gustaba estar ahí. Los temas eran siempre lo mismo, la gente era alguna la misma hace décadas y los que no, se iban rápidamente buscando mejores salarios. Llevaba años reporteando los mismos temas, años mirando las mismas noticias, años viendo la política de la misma manera, como un gran torneo de fútbol: goles van, goles vienen, pero al final es siempre igual. Su editor era alguien similar a ella, otra persona cansada esperando algo que apareciera, que se fue quedando, quedando, pero que tampoco amaba lo que hacía. No son los únicos, los que se quedaron sientes igual. Los que se van, se espantan de sentirse así algún día y escapan.

Se para de la cama lentamente. Se dirige al baño y deja que el chorro de agua caliente le queme la espalda. El vapor la aturde y esa sensación de dormir de pie le gusta, como si tuviera unos segundos robados más de sueño. Se lava el pelo liso que heredó de su madre y le quita un poco de su shampoo. Se pone un pantalón, alguna blusa, una parka y sale de su casa. Se dirige al paradero en el que tomará la primera de tres micros que necesita para llegar a su lugar de trabajo. Allá, marcará su ingreso, y se irá al casino a desayunar. Leerá el diario que ella misma ayuda a redactar y se devuelve a su puesto de trabajo. Los martes son los peores. Le toca esperar a que le respondan los correos que envió el día anterior. Los martes son ver televisión con cara de concentración para que parezca que hace algo. Ve películas, lee diarios, lee libros digitales, pero al final del día nada le aportan. A la hora de almuerzo se lleva su libro en un bolsillo y se va sola al casino, saca una bandeja y realiza ese trayecto tan rutinario de ir seleccionando ítems hasta llenar su bandeja con lo necesario: servicios, servilleta, pancito, postre, fondo, sopa, ensalada, ticket, y se dirige a la última mesa de plástico en un rincón. Se pone sus audífonos y lee. Ese es el único mentó del día que siente que es solo para ella. Con su sueldo todavía no deja la casa de su mamá. No puede. Los fines de semana aprovecha y le ayuda a hacer sus chocolates y a atender su negocio en el centro, mientras ella hace almuerzo. Todos los días se duerme a las 10. No necesita más del día.

Veri Seria es abogada. Quería estudiar diseño cuando tenía 17 años, pero su madre le insistió que fuera abogada. «Lees mucho», le repetía como gran argumento para ser abogada. Se despierta y lo primero que hace es tomar su teléfono. Son las 6:30 de la mañana y hay pequeñas burbujas rojas con numeritos señalando las notificaciones en varias aplicaciones. Se levanta, hace 20 minutos de elíptica, y revisa sus correos. Se ducha, se maquilla, se pone un traje formal, planchado y serio y se va a despertar a sus dos hijos. Arriba, uniformes, es tarde. Todos los días igual. Alguno regaña que no quiere ir al colegio, otro que es injusto, rezongan ya sin sentido, porque ya está en la escalera alcanzando la cocina. Prende la máquina de café y espera que haga el milagro de cada mañana: que cada miembro de su familia sobreviva sin gritarla. Su marido baja y se toma un café. Los niños bajan y desayunan cereal con leche. Así es más fácil. Uno desayuna gracias a un botón y los otros gracias a mezclar dos ingredientes en un bowl. No necesita preparar nada. No puede. El pan con mantequilla le queda malo. No despega sus ojos de la pantalla de su teléfono. A las 7:30 salen todos de la casa. Primero al colegio, adiós, aprenda algo para que de grandes no sean abogados como su madre y estudien civil industrial. Adios marido, nos vemos en la tarde. Hoy no puedo, tengo un evento, ok, me avisas ok. Se revisa el labial en el espejo del auto y se baja en la entrada del edificio en el que trabaja. En el piso 12 está la consultora que armó con dos compañeros de universidad. Cada mañana se reúnen en un salón y ven la pauta del día. Su secretaria le acerca una botella con agua sin gas. No toma café. No le gusta el olor que deja en sus pares. Solo toma agua en la mañana. su oficina tiene vista a la cordillera, tiene un amplio escritorio y una planta que su secretaria procura mantener viva. No se ha dado ni cuenta que en realidad esta es la tercera, las otras dos murieron y su secretaria discretamente las cambió.

Le ha costado hacerse de una reputación. Le ha costado que sus pares abogados le crean, pero le creen tras sus años en el ruedo.

Su secretaria le informa de nuevas reuniones. Taloneando duro y haciendo sonar sus tacos en el piso cerámico se acerca a otra oficina. Sus tacos la anticipan y su perfume la presenta en cualquier espacio, lilas, rosa y jazmín: un funeral ambulante. A eso debiera recordar. Hoy mueres. Veri Abogada se encargara de eso. A los 22 años se operó la vista, pero no puede evitar el ademán de mirar a los demás como por encima de ellos con el ceño fruncido. Sin lentes, es una mirada aún más dura. No aguanta estupideces. No aguanta mentiras. No aguanta verdades a medias. Las ataja al vuelo. Alguna que otra se le pasa por encima, pero las ataja un poco más allá. Quizás por eso mantiene el ademán, porque insisten en intentar a ver si alguna mentirilla logra cruzar el umbral. No. No hoy. No nunca.

Le han ofrecido cargos en el Estado, pero le aburre. Prefiere ganar bien a salvar votantes de alguien que no le importa. En su oficina, uno de cada 11 casos es desafiante. Los demás son rutinarios, pero por eso cobra lo que cobra.

Tiene más amigos abogados, habla de derecho con ellos. De jóven hizo una especialización y a veces se cuestiona si necesitará sacar otra pronto o mejor se espera a que los niños estén más grandes. Todo es negocio. Así lo calcula. Negocio. ¿Necesito ahora la especialización? Si puede esperar, no es negocio. Así define su vida, sus atuendos, su perfume, su casa, su marido, sus hijos. ¿Son negocio? Su marido piensa igual, quizás por eso funciona tan bien la relación. Les conviene. Una vez por semana él tiene un «evento» y Vero abogada sabe que se irá con una de esas jóvenes ilusas convencidas que lo atraparán y se casarán con el gran abogado. No sabe qué les dice exactamente, pero ambos saben que no sucederá. Las propiedades están a su nombre. Si se va, se queda sin casa, sin auto soñado, sin clientes, sin relojes caros deportivos e innecesarios ya que no corre hace años. Ella perdona la infidelidad. Él está presente en las cenas de negocios y es encantador y asertivo. Ese es el trato. Les va bien así. Quizás cuando los niños cumplan la mayoría de edad o cuando se vayan de la casa podrán rehacer sus vidas, pero de momento mantienen el sistema estable. Esto está bien, piensa Vero Abogada. Esto está bien. Estoy bien. Me va bien. Esto está bien. Esta es mi vida y esta bien. Esto (bosteza) está bien. Se repite cansada. Esto… Está… y se duerme.

Con su pelo desparramado por todos lados, Vero Artista despierta con la luz que entra por la ventana sin cortinas. Vero artista se acostumbró hace años atrás a vivir con 300 mil al mes. De tanto en tanto le salen buenas ventas y buenas exhibiciones que le permiten tener un fondo de ahorro y que le dejan esa cifra para vivir cada mes. Vive en una casa de madera en Cerro Cordillera. Comparte casa con otros artistas, profes de yoga y gente tranquila. Desde su pieza, y acostada en su colchón, se deja despertar lentamente. Le gusta creer que su colchón es un espacio paralelo solo de ella y que poner los pies en la madera fría es aterrizar a la realidad. Retrasa ese momento. Afuera se escuchan los gritos de las gaviotas. Saca un pie por encima de las sábanas y trata de recordar lo que soñó. No puede, pero lo siente, lo tiene dentro de ella. Con sus ojos cerrados, siente la luminosidad del espacio. Siente algo. Sabe que algo se está armando en su interior. Respira lento. Es energía. Es fuego, lo sabe, le quema. Sin abrir los ojos, se estira y queda de espaldas. Con sus dedos recorre las sábanas viejas, ya suaves por el desgaste. Percibe rojo, percibe fuego, percibe algo. Lo deja avanzar a su garganta, llega a su estómago. Sabe. Se para, se dirige a la esquina de su pieza donde armó un pequeño taller, abre un tarro de pintura en el que guarda barro que recogió de los cerros y se pone a moldear. Así, recién levantada, incrusta los dedos en el barro y se pone a trabajar. Es ella. La siente, es ella que la mira entre el barro. La tiene que descubrir, la tiene que dejar salir. Es ella misma que entre sábanas la mira. Empieza a dar forma a la figura. Afuera está nublado y no reconoce el pasar de las horas. Sus dedos trabajan hábiles. Siente sed. No, no es sed. Es como hambre, como deseo, impulso de terminar, de darle vida a ese pedazo de barro y dejar inmortalizada a una Veri que para ella no existe. Una Veri, que se despierta en su cama, que despierta en Providencia y que tiene tres trabajos al hilo. Una Veri que hubiera llegado a las comunicaciones si que hubiera renunciado al arte. Si es que hubiera renunciado a su Valparaíso, hoy tan querido, cuando recién llegó y no lo aguantaba. No conocía a esa Veri, pero la entendía y quería conocerla, entenderla, acogerla en sus brazos cubiertos de chalecos de lana que ella misma se tejió y decirle que todo iba a estar bien. No la conocía, pero quería preguntarle qué quería, quién era y qué sentía. Eso quería plasmar con barro, luego con bronce. Seguía trabajando arduamente. En un minuto dado, con un dedo lleno de greda, desbloquea su teléfono, con su pantalla rota y llama por teléfono a alguien. «Confirmo mi participación. Sí, voy con una serie de 10 piezas, autorretratos reinterpretándome. Bronce. Ok. ¿Para el 17? Ok. Nos vemos». Corta. Continua. De a poco le da vida las sábanas, sábanas de barro que con gracia logra dejarlas tan suaves como las suyas propias. Tan livianas, como si no pesaran nada y le cubren la cara todavía desperezándose y pensando cómo comenzar ese día. Sigue sin saber qué hora es, pero ya tarde, cuando el nublado se torna algo morado, se detiene.

Ahora tiene hambre de verdad. Va a la cocina, saca el resto de fideos que le quedan y los pone a cocer. Saca una caja pequeña de crema y la pone en un sartén con un caldo Maggie. Cuando los fideos se cocinan, los vierte sobre el sartén y come de esa mezcla. Sale a la terraza, se sienta en una vieja silla de lona y ve los barcos pasar, con sus luces encendidas.

Hace 15 años llegó a Valparaíso como estudiante y de a poco se convenció que ese era su lugar. Es artista hace 10 años, ha sido reconocida en algunas revistas y ha publicado en distintas galerías del país. Sus técnicas favoritas son bronce y resina. Alguna vez probó la piedra, pero era más difícil de conseguir. Su pelo le llega a la cintura y habla cada vez menos con su madre, quien cree que es una hippie sin ambición. Vive de lo que más le apasiona, de eso le sobra, lo demás le escasea. No se vive del arte. Ella lo intenta. Vive así sin horas. Termina de comer, deja el plato en el piso y mirando los barcos, anota algunas ideas sobre su trabajo en una libreta que hizo ella misma con diario reciclado. Le gustaba la idea de escribir sobre lo que alguien más había escrito. Termina su idea, busca su tabaco y se rola un cigarro. Fuma lentamente. Ese tabaco es suyo. es su cigarro postcoital cuando termina una obra que le gusta. Saborea el sabor de su cigarro y le gusta escuchar el crujido del papel consumiéndose. Cada vez está más oscuro y la casa se llena de ruidos, de los demás que empiezan a llegar y hacer su vida. Se levanta y hace algo de vida social con ellos. Le entusiasma pensar que esa noche se irá a dormir y verá a otra Veri, otra que plasmará en barro y que expondrá en alguna galería del país cuando esté lista. Se duerme entusiasmada ante la idea.

Vero Fantasma no despierta. Hace mucho tiempo que no despierta. Vive en una nebulosa confusa que no entiende del todo. No toca nada no avanza. Solo está ahí. Está presente en su casa. Está ahí siempre, en el mismo lugar, en la que era su pecera, la última pieza en el rincón de la casa. Antes veía a su mamá pasar por la escalera, pero hace años que ya no están y vive otra familia. Vero Fantasma se queda ahí, en la que era su pieza. Desde ahí mira el atardecer y ve cómo cambia la ciudad al rededor de la casa. No entiende bien qué sucede. Tiene un medio habitar. Ve a otra chica en su pieza, en una cama que no es la de ella. ¿Puede llamar a mi papá? ¿Qué pasa si intento preguntarle? Se para y se va. Ella se queda ahí siendo. o medio siendo, medio habitando. Esa es su condena ahora. Vivir a medias desde el mismo lugar donde apareció cuando dejó de respirar.

Veri diseñadora maneja la madera a su gusto. Crea muebles y distintas piezas. En navidad hace adornos que luego pinta con sus hijos, en verano cuando no hay pedidos, inventa casas de perro, en temporada alta, saca pedidos y cuando ve espacios que necesitan una manito de gato, ella deja una manito de ver sobre la madera y crea soluciones para su casa. Se despierta sobre una cama que hizo ella y que hace varios años comparte con al misma persona. A veces es una, con la que suscribió el convenio llamado matrimonio y a veces con tres, cuando de les suman sus dos creaciones. A veces cinco si suman al perro. En la escuela conoció al que hoy duerme con ella y juntos crearon un taller que montaron en su propio patio en la casa que tienen en Buin. Trabajan con otras tres personas, dos maestros y una persona que se dedica a transportar los pedidos listos. Ganan lo suficiente para que todos estén tranquilos. Viven así, tranquilos. Él es arquitecto, ella diseñadora, a veces parecen un poco de los dos. Se dedican a armar muebles a pedido. su fuerte son los stands para ferias. Eso le gusta. Son espacios desafiantes, que muchas veces requieren más concentración y estrategia. Es difícil sí. Los stands son variables, vienen y van. Los muebles son permanentes y eso es lo que lo hace tan jodido. El cliente los busca, ellos resuelven y no vuelven en mucho tiempo. Una mesa vendida y hay que buscar a otro que quiera un mueble. Pero la madera es su elemento.

El olor de la madera cortada debería estar embotellado. El color de la madera, tan receptivo, le cautiva. La lengua es su favorita. Termina una pieza, cierra los ojos y pasa los dedos por su producto terminado. Esta lista. Así cada vez. Su papá se deja caer por ahí algunos días .Siempre fue su sueño tener un taller y Veri Diseñadora lo deja jugar con sus juguetes.

Están ahorrando para irse. Quieren dejar el taller en el patio de su casa y asentarse en otro lugar. Quizás el sur de Chile, quizás el norte de Alemania, no saben bien. Están ahorrando para su nuevo proyecto. Ambos fantasean con construir su oficina nueva de cero. Cada tarugo, cada tornillo, cada clavo. ¿Dónde? Eso es lo que se dejan imaginar. Queda poco, piensa Veri diseñadora cuando se va a acostar. Dónde. imagina su oficina, la recorre en su imaginación y se cuestiona dónde. Queda poco y eso es lo que importa. Queda poco y de nuevo sueña que lo construye.

Veri rumana despierta en Arat. Su familia tuvo que migrar desde Cernivtsi por la guerra y se fueron de allí. Sus bisabuelos se instalaron en Arat y ahí se quedaron en el año 40. Compraron un viejo caserón y se quedaron ahí. Armaron una cafetería y preparaban distintas cosas para sus clientes y para empresas. Su país ha vivido momentos difíciles, pero han logrado salir adelante. Siempre como familia, con sus chocolates. Si pudieron durante la guerra y pudieron durante la dictadura, podrán vencer otras crisis que vengan. Ella se quedó ahí, parte e la comunidad que vive en el viejo caserón. Es parte de esto, de lo que su familia construyó. Ese olor es parte de su piel ahora. Con sus amigas les gusta viajar en los veranos y recorrer por aquí y por allá. Con la pandemia les ha costado, pero tienen ganas de conocer Chile cuando puedan viajar. Piensa en esto, cuando se pasa a llevar la cara con la mano mientras se da media vuelta en la cama. Su mano huele a maní tostado, igual a los de su abuela. Eso piensa, cuando se duerme.

Cada noche aparece una nueva, que despierta, vive y me aconseja al irse a dormir. Me dicen que el olor a flores apesta, que los mariscos tienen sabor a sangre y que me pellizcan en el estómago cuando alguien miente. ¿Y tú? Quienes son tus otros.

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