Empecé a leer «Los hombres me explican cosas», de Rebecca Solnit. Las primeras páginas me cautivaron y a la vez me enojaron. Tenía tanta razón, que leía con el ceño fruncido. La mujer explicaba con una anécdota lo que supongo que el comienzo del término «Mansplainning». Se le acerca un hombre y la reconoce «Tú escribiste un libro cierto? Leí uno parecido». La mujer le responde que ella es la autora de ese libro. Sin escucharla, el tipo le cuenta de que se trata el libro y, además, lo explica mal.
Los hombres me explican cosas era esa explicación. Puede que la mujer sea experta en el tema, pero de todas formas ese hombre le explicará en una forma altanera o con aires de superioridad. Puede que hasta se lo explique mal! Da igual. Los hombres explican cosas. Un ejemplo claro y cotidiano es el pasillo de los vinos. Más de alguna vez dije en voz alta para mí «¿Qué llevo?». Lo hago todo el día. «¿Qué me pongo?» «¿Qué como?» o frente a la pantalla mientras reviso el catálogo de Netflix «¿Qué veo?», pero solo es una pregunta que me hago mientras busco tranquilamente las soluciones. No es una duda real, solo es un comentario. Todas las mañanas frente a mi clóset es lo mismo. «¿Qué me pongo?». Más de alguno me escuchó y me recomendó una botella de vino. No solo eso. Me la explicaban. «Esta botella es del año…» y empezaba una charla de clima, cosechas, uvas, cepas, Jesús, María, José y un camello.
Luego iba a otros temas. Los hombres no solo explicaban cosas, también maltrataban. Muchas veces en una forma socialmente aceptada. El libro me daba pena, enojo y hacía que todos esos sentimientos aumentaban con pequeños comentarios como «Cada página que lees, una mujer es violada». Hasta ahí seguía enojada e interesada en el libro.
Luego se pasó a una cuestión de gobiernos y como países como Francia le quitaron la identidad a países como Costa de marfil y todo se desconchinfló. No lo terminé. Se pasó como tres pueblos.