Esta es la historia de cómo un viaje de 15 horas, se demoró 5 días.
SCL
Todo parte en Santiago de Chile. Me despertaron a las 8 de la mañana porque el vuelo salía a las 3 de la tarde. A veces uno ve señales, pero las pasa por alto. Haber bloqueado la tarjeta de débito un día antes del viaje, era la señal en mi cara. Solamente iba a tener la tarjeta de crédito las primeras dos semanas… Bieeen!
Desayunamos y me abrigué, porque en Viena hace frío (no llevaba ropa en el bolso de manos). En el aeropuerto todo fue normal, despedidas, cafés, wachuleru. Entré a policía internacional, molesté mucho rato al PDI. Le dije que era mi primera estampa en mi primer pasaporte y que por ende, él era mi primera vez. “Creo que deberíamos besarnos”, le dije. Me detuve pensando que me deportarían antes de salir de Chile y seguí.

¡Primera parada! Duty free. Ahí estaba yo: abrigada, sola y en Duty free. Me probé como 7 perfumes. Algunos en mi brazo, otros en la manga de mi polerón, otro en partecitas de mi chaqueta. Al rato ya estaba un poco mareada y olía mal. Me pasé tienda por tienda viendo qué había. Entré a una tienda que tocaba Illapu para despedirme de Chile, Me compré un café y un sándwich “Piñera”, ese que es de queso crema, rúcula… y la verdad es que no tengo idea que comí, pero tenía rúcula.
Entré a Swatch, me compré un reloj, creo que más tarde me sería muy útil. La verdad es que llevaba el mío que estaba roto, pensando en arreglarlo allá, pero luego pensé que era una mejor idea comprarme uno como “inicio de viaje”. No sé, tenía ganas de probar la tarjeta de crédito. La primera en mi vida. También le compré aritos de lapislázuli a mis primis. Después de eso no me atreví a usar más la tarjeta.
Me senté a esperar, vi a la gente pasar, me volví a parar, me volví a sentar y por fin llamaron a entrar. Me puse en la fila de inmediato, pero igual había que esperar a que habilitaran las filas y que abrieran la puerta. Yo estaba formada. Entramos y me ubiqué cerca del ala, a la ventana y al lado de una chiquilla con mal aliento. Mis rodillas chocaban con el asiento de enfrente. Una vez la Loreto me dijo que en los viajes hay que tener el computador siempre a la vista, porque se los roban. Eso va debajo del asiento de enfrente. Así que tampoco tenía espacio para mis pies. Era un vuelo de 3 horas y media, creo que casi ni importó.
En esas tres horas y medias, se vio por la ventana la cordillera primero, con muy pocos sectores de nieve (obvio), después un enorme sector de tierra de nadie llano, después un cuadriculado de manchas cafés, después un sector que desde arriba parecía pantalón de milico y después la playa. Antes de ir al aeropuerto, dimos tres veces vueltas sobre la playa, justo a la hora del atardecer. Puro marketing para fomentar el turismo.
GRU
Llegamos a Sao Paulo y me bajé. Esperaba un busecito como los del transantiago, solo que este era brasilero. Lo sé, porque no estaba rayado, estaba limpio y no olía a señor. Nos dimos algunas vueltas y nos bajamos. El aeropuerto me recordó mucho al metro Salvador. Las paredes eran de cuadraditos de colores, el suelo era de otro color y estaba muy húmedo. Igual al metro. Aparte que los torniquetes, los guardias… el metro. Hicimos una fila para la revisión y por supuesto que atendía una sola persona. Como dice mi vocal de mesa en el Estadio Nacional: “más lento que río de manjar”.
Mi siguiente vuelo era en el terminal 1, puerta 12. Lo busqué, pero no lo encontré. Paré a tomarme un café. Iba a seguir corriendo a buscar mi puerta cuando me di cuenta de un detalle importantísimo. Eran las 7 horas locales y mi vuelo salía a las 12.
Fui a Starbucks, porque pensé que así no tendría que pensar. Pedí un espresso y una empanada de peru con carne. Miré al chiquillo de la barra y le pregunté que era peru, no sabía explicarme. Otro chileno al lado mío se interesó por la pregunta. En ese momento, lo de la Haya seguía siendo un tema medio sensible y comer peru nos podía caer mal jajajaj. Al final, solo era una empanada fome.
Estaba en otro Duty free. Me di vueltas y vueltas y vueltas, tienda por tienda, pero no había nada cachilupi. Aparte que me estaba asando de calor toda abrigada, con la humedad y los millones de grados.
Me acerqué a un guardia y le pregunté cómo llegar a mi puerta. Me dijo algo tan rápido de suba y doble, que no entendí nada. Avancé, miré para todos lados, pero realmente fue muy enredado lo que dijo. Le pregunté de nuevo y me dijo muuuuy lentamente que era doblando en la esquina, subiendo y doblar. La verdad es que era fácil llegar.

Busqué mi puerta, pero no la encontraba. Caminé y caminé y caminé, pero nada. En una esquina, frente a una puerta, vi un grupo muy grande de viejos canosos, de ojos azules. Todos tenían jeans, poleras metidas dentro del pantalón y piel muy clara. Sí o sí esa era mi puerta. Me acerqué y sí, estaba bien.
Esperé ahí un rato y saqué mi computador para dármelas de importante. Nos formamos y esperamos de nuevo. Esta vez me tocó nuevamente ventana, pero sentada al lado de un señor de unos 45, que iba al medio y una señora odiosa que iba al pasillo. La señora se sentó, y cuando me vio que iba a sentarme al lado de ella y que se tenía que parar, hizo uno de esos ronquidos con ojos para atrás. Le caí pésimo. Se me ocurrió que quería guardar mi bolso arriba, le desordené todo, y después se me ocurrió que mejor que no. Me pudo pegar. Me senté y esperé. Por fin llegó el otro señor para no tener que mirar a la vieja.
Cada asiento tenía una pantallita para jugar, escuchar música, ver películas. Estuve horas haciendo una lista de música para escuchar. Pensé que iba a necesitar la batería de mi mp3 en otro momento. Estaba casi lista, cuando la pantallita se pegó y murió.
La pantallita también era re útil porque mostraba donde íbamos y cuanto faltaba. Tenía que mirar en la pantallita del señor de al lado cuando a él se le ocurría saber. Mientras, él veía Dr Zhivago.
A eso de las 4 de la mañana, no daba del aburrimiento. Tampoco podía mirar para fuera, porque teníamos que tener las persianas cerradas. Leí, escuché música de mi mp3 hasta que me chorié y abrí mi persiana. Al principio, no importaba porque afuera estaba oscuro. Al amanecer fue el problema, porque el avión estaba oscuro.
A eso de las 9 de la mañana, a la señora se le ocurrió ir al baño. Si a mí me chocaban las rodillas al frente, al pobre señor de al lado, más. Apenas se paró, me tomó del hombro y me dijo «¡Ahora! ¡Parémonos!» Nos paseábamos por los pasillos para movernos un poco antes de que se nos pusiera la sangre morada y fuimos al baño. A esa hora ya abrí mi persiana. Estábamos sobrevolando Portugal. Al principio no se veía nada, solo nubes, después tierra. Vi el arco de triunfo chiquitito. Parecía un lego blanco. Cuando lo vi, aproveché y busqué la torre Eiffel, pero no la encontré. Llanos, verdes, pedazos de hielo, llanos verdes, lomas, etc. Es medio fome Europa desde arriba.
FRA
Llegamos, aterrizamos, nos paramos y salimos de ahí. Ese minuto que dura salir por la manga, casi morí del frío. Entramos e incluso me dio lata ir por duty free, quería llegar luego a mi casa y acostarme. No había dormido nada y no estaba de mi mejor humor tampoco. Llegué a policía y (lluvia de chanes) ¡¡no pasé!!
El policía, un chiquillo no mayor que yo, rusio como el sol, de barba y poco serio por lo chico y joven que era, me preguntó que hacía en Frankfurt, le dije que iba a Viena. Primer error. Todos me han retado mucho por esto, incluso el paco idiota ese… “si me hubieras dicho que eras turista, te dejaba pasar”…mira si no son tontos todos los policías del mundo mundial.
Ahí estaba yo otra vez, chamullando un alemán, suavizando mi voz para parecer demasiado inocente para ser una criminal. Le mostré todos mis papeles probando que en verdad no estaba ni ahí con su país, que yo quería llegar a Austria y luego, porque estaba muerta. Se paró y se fue. Fue ahí cuando mi colon explotó, salió por mi garganta y se fue corriendo. Al volver el policía, me dijo “acompáñeme”.
Entré a una sala con puertas de vidrio, grande, pero con un mesón, que dejaba el espacio público muy reducido. Al otro lado de este mesón había dos escritorios, y unos seis policías más. Ninguno de ellos tenía más de 30. Probablemente, ninguno tenía más de 27. No es que la edad determine el grado de pillería de una persona. Muchos grandes de nuestra historia comenzaron su trabajo a los 17. Ninguno de ellos era policía. Eso debe ser una señal, pero como ya nos las distingo…
Hablaron mucho rato de mí, que qué había pasado, que porqué era tan jil, que qué pretendía. Aparte que no me acuerdo si en el consulado de Santiago o en mi universidad me dijeron una cuchufleta de un tratado bilateral con Austria (no existe y me enteré en Turquía). Todo sonaba demasiado criminal o demasiado estúpido. Al rato llegó otro policía con un señor de Guinea. Tenía dos pasaportes con dos fechas de nacimiento distintas. Eso es mucho más criminal que querer ir a Viena, pensaba yo. Al parecer no, porque lo dejaron irse.
Pasó una hora y llegó un par de talibanes que tenían la culpa en la frente. Yo estaba con mi trench negro. Ellos también. Por un milisegundo, pensé que no éramos tan diferentes. Al final, los tres estábamos hechos bolsa, con ojeras, vestidos de negro y diciendo cosas en un precario alemán. Resulto que si éramos distintos: ellos se fueron y yo no.
Otra hora más y nada. No tenía señal de teléfono, mis mensajes solamente le llegaban a una persona, a la Catalina, no tenía internet, no tenía forma de comunicarme con nadie. Media hora más y llegó un señor chino que me dijo en español que lo siga.
“Me van a llevar detenida” pensé. Todavía no. Me llevaron a una oficina, prendieron muchas luces. Ahí estaba el paco rusio como el sol y el chino traductor. El paco dice algo, el chino repite. “Señorita, la vamos a interrogar y la vamos a investigar”. Ok, mátenme ahora. Me preguntaron qué hacía en Frankfurt, les expliqué que no hay vuelos a Viena desde Chile. No sé si esa parte era mula, pero seguí con esa historia hasta el final. Parece que no hay…

Me preguntó que quería en Viena, le mostré TODOS mis papeles que decían que iba a estudiar en Viena. Tenía certificados de nacimiento y antecedentes traducidos al alemán y legalizados en el consulado vienés de Stgo. Solo tomaron mi certificado de nacimiento traducido y legalizado en el consulado. Viendo eso, me preguntaron si había estado alguna vez en el consulado. Brillante el hombre. Le dije que en frente de él tenía la prueba de que sí. Me preguntó porque no tenía visa, le dije que porque no la necesitaba y me dijo que sí, que para estudiar si la necesitaba. Le dije que no. Y me dijo que en Alemania al menos sí y le parecía raro que nadie me lo haya comentado. Firmé cerca de 8 papeles, cada uno con 3 copias. Hicieron una pausa y me enumeraron mis derechos: usted puede pedir de comer, ir al baño y salir a fumar. A cada segundo me parecían menos serios.
Después del interrogatorio, el paco salió y me quedé con el chino. El me cuentó que me ajilé. Después me dijo que había visto muchos casos pasar “incluso algunos escogen ir a las cárceles de lujo” me dice. Menos mal que ya no tenía colon, pero me comí tanto las uñas, que me dolían. Le pregunté un montón de cosas sobre un montón de cosas. El señor era amable, pero yo quería que me dejaran pasar. No sé porque estaba tan confiada que todo se solucionaría. Así fue, pero no del modo que esperaba.
Llegaron dos pacos: el rusio y uno laaargo y flaco, con la cara laaarga y dedos laaargos. Me dijo primero que me van a devolver a mi país. Le dije que no podía por una razón tan sencilla como que no tenía plata suficiente para llegar ni a California. Ahí pone todas las opciones sobre la mesa. Me dijo que tenía tres opciones: Chile, Londres o Estambul. Londres dije yo. El paco largo me preguntó que cuanta plata tenía. Le dije y me preguntó que qué tipo de pasaje podía comprar. ¿¿¿QUE??? Sí, me iban a sacar de ahí.
Aaaaghhh no tenía forma de decirle a nadie lo que estaba pasando. Nadie me contestaba el teléfono excepto la Catalina (amigui de años). En Santiago, haciendo una silla, me hice una salvaje herida en la palma de mi mano atornillando las patas. Ahora, de neurosis, me la abrí y sangraba a lo loco. Me escondí las manos en los bolsillos para que no se notara y pregunté “si están tan enfocados a sacarme de aquí, ¿por qué cresta no me llevan al tren? No quiero quedarme en Frankfurt, mis clases ya van a empezar. Pero no, obvio que no. Me preguntan cuanta plata tengo. Le dije que como 500 euros. Me pidieron esa plata y dije que necesitaba un cajero automático. Me escoltaron al cajero, giré y se lo pasé. El paco largo compró dos tickets: Frankfurt-Estambul en Lufthansa y Estambul-Viena en Turkish Airlines.

Esperé en la entrada de nuevo hasta que fue la hora de mi vuelo. Los policías ahí se reían y comían. Una policía a cargo, Sara Schneider, no paraba de comer. Cada vez que me daba vuelta a verla, tenía otro queque en la mano. Había un policía viejo, que su mentón estaba como a dos centímetros de tocar su nariz. Era flaco y largo. Ese pasaba y me ofrecía cosas. Había otro que parecía mujer, pero no puedo decir. Cuando se daba vuelta, trataba de buscarle marcas de sostén en la espalda, pero no tenía. La miraba descaradamente para entender qué era. Al final, no tenía nada más que hacer y me daba plancha sacar el Kindle para leer o escuchar música.
Pasó un ruso por la oficina con una histérica chaqueta azul eléctrico y pantalones rojos. Tenía el pelo como rojo oscuro con manchones naranjos y repetía que no había hecho nada malo en un muy precario inglés, que era inocente. ¿De qué? No entendí, pero el claramente era más criminal que yo.
No me dejaron salir hasta que me tocó abordar. Tenía un paquete de avellanas que comí a medías, porque en verdad, no podía tragar. A las 10 pm local, me llevaron a mi puerta. Cuando yo iba saliendo, dos niñitos brasileros entraron. Ellos estaban ni ahí. Una de ellos, dijo “se me descarga el celular”. Lo enchufó y lo puso encima del mesón. Yo ni a eso me atrevía.
Eran dos policías los que me escoltaron: uno con un peinado de Justin Bieber y aros por todos lados y otro que no se veía mayor que la Josefina. De hecho, no lo era, tenía 19 años. Escoltada, esperamos sentados en unas sillas. Todo el mundo me miraba. Un turco no me sacaba los ojos de encima. Miraba a los policías y después a mí. Viejo copuchento.
Al rato, el policía más chico me preguntó la última vez que había comido. Le dije que el desayuno del avión. Me acompañaron a comprarme un sandwich. La vendedora cantaba “caliente caliente eee ooo”. Me dio risa y me preguntó si era chilena. Le dije que sí y me habló en español. Cuando terminó de atenderme, le preguntó a los policías que hacían por ahí. Ellos les explicaron mi caso. La chica no entendía cuál era la parnafernalia. Yo tampoco y ellos tampoco. “Es la ley” le decían a todos los que preguntaban.
Volvimos a la sala de espera. Esperamos otro rato, conversamos. Ahí fue cuando le pregunté la edad a cada uno. 19 y el otro dice “¡yo tengo casi 24!” guau.

Al abordar, nos acercamos a la puerta, y entré yo primero, escoltada (obvio, era peligrosa). Los policías me molestaban que era VIP. Yo los odiaba. Al pasar por la manga, me congelé. Los dos policías estaban con manga corta. Yo sufría porque solo estaba con polera, chaleco, polerón y abrigo. “Esto no es nada” me decía uno. “De dónde vengo, esto es calentito”. Yo estaba idiota y le dije “esta helado”. Entramos al avión, me presentaron al capitán y le explicaron mi caso por vez enésima. Me senté y casi me pongo a llorar ahí mismo. Tenía esos jadeos como hipo que dan cuando se tiene mucha pena, pero ya llegaba la gente y me dio vergüenza.
Yo estaba al lado de la ventana. Al lado del pasillo se sentó un turco pelado. De entrada me saludó y me preguntó porque iba a Turquía. Le conté mi historia y cuando terminé, llegamos (jajaja nah, broma). Él me decía que era una pena que fuera por tan poco tiempo, porque Estambul era muy lindo. Le dije, bueno, para la otra. Conversamos, hablaba poco inglés, así que la mitad de las tallas no las entendí, pero fue muy ameno. Nos dieron ravioles para comer y cuando iba a pedir un café, tuvimos una turbulencia horrenda que duró mucho rato. El turco me regaló unos chocolatitos y al rato se quedó dormido y miré por la ventana. Abajo había una capa de nubes que parecía leopardo. Era café con manchas amarillas y café claro. Arriba, se veían todas las estrellas. El vuelo duro como dos horas y media.
IST
Cuando nos bajamos, íbamos echando la talla con el turco, cuando paf! “Miss Gutiérrez, there’s someone waiting for you”. Veo y era un guardia. Mis maletas las iban a transferir al siguiente vuelo, para variar no las iba a ver, estaba con ataque de frío, no tenía nada, ni me podía cambiar de ropa. Una turca flacucha con voz aguda y media quebrada me dijo que tenía que confirmar mi siguiente vuelo y después partir a Viena. Salí de ahí a confirmar mi vuelo. Caminé más que mormón de campo, porque ese aeropuerto es enorme y enredado. Eran las 2 am (8 pm Chile). La siguiente partida seria a las 8:10 am hora local.
Estaba rancia, enojada, sucia y con frío. Nada romántico. Partí caminado buscando alguna cosa para hacer por mientras. Llegué a un patio de comida parecido al de los malls, pero pequeño. Me senté ahí, saqué mi pc y traté de conectarme a internet, pero no había líneas abiertas disponibles. Le pregunté a un guardia y me dice que hay que comprar una tarjeta de internet, pero que la chica estaba en colación. AAAGGGHHH!!!. Filo, me fui a pasear por mientras. Caminé desanimada, vi a un señor echado en la mitad del pasillo tapado con su chaqueta. Dormía plácidamente. Me paré frente a él un momento y me lo cuestioné seriamente si dormir ahí con él o no. Es menos raro dos personas juntas durmiendo, que una por allá y otra por acá y que me roben todo. Pero tal vez él me robaba todo. Seguí caminando.
Llegué al duty free más grande la historia. Se me pasó el enojo, la pena, el dolor de mis dedos, de mi mano, del pelo… todo. 😀
Me di mil vueltas por todas partes, manoseé todos los pañuelos Salvatore Ferragamo, toqué TODOS los cachureítos de una tienda de recuerditos típicos turcos, me probé perfumes (más). Jugué harto rato ahí y me acordé que tenía que esperar a la chica de internet, así que volví al puesto. No estaba, me di una vuelta más larga por el aeropuerto. Había un carrito que iba y venía trasladando gente de un lado a otro a toda velocidad. Habían guardias en esas especies de scooter de dos ruedas grandes, esas típicas de guardia de seguridad. Zigzagueaban entre la gente como si nada, chuteando viejas y pasando a toda velocidad al lado tuyo. Iba a retar a uno, pero pensé que no era el momento de hacer más problemas.
Volví al puesto de internet y la chica volvía de fumar. Todos fuman en ese lugar, pero yo no entendía dónde, si está prohibido ahí dentro. Compré el ticket, me instalé en una mesa y abrí el computador de nuevo.
Apenas me conecté, a eso de las 3 de la mañana local o algo así (11 pm Chile), me puse a llorar. Era patético. Estaba yo sola, en la mitad del patio de comidas, rodeada de turcos, ni una mujer alrededor (la chica de internet salió otra vez) y yo. La vida podía ser muy ridícula.
Ahí recién pude cargar mi celular. “Aló? Sí, estoy en Estambul… Se suponía que iba a Viena, pero bueh… son cosas ¿no?”. Estaba furiosa, porque yo quería llevarme ropa de cambio en mi bolso, pero todos me dijeron que no, que no valía la pena, si iba a llegar luego. Quería llevarme el abrigo grueso en la mano, pero no, para qué más bulto, si está todo calefaccionado. Había querido llevarme jabón, shampoo, toalla y esas cosas normales, pero no, porque eso se compra allá. Que no fuera ridícula, que no fuera sudaka, que en Europa las cosas son diferentes, que yo no sabía, pero que el primer mundo tiene todo disponible. Exactamente tenía dentro de mi bolso: mi pc, mis cables, mouse, mi carpeta de info importante, diccionario, puras weas inútiles, y nada práctico. Menos mal que tenía pañuelitos.
Ahora, más gente me contestó el cel. La Catalina seguía siendo la única a la que le llegaban todos mis mensajes. El Tomás me decía “disfruta”, la Poli se reía porque no paraba de llorar y trataba de consolarme diciendo que todo iba a salir bien. La Catalina me dijo que me esperara a llegar a Viena para rajarme llorando. Ahí me quedé hasta que ya ni lágrimas me salían, solamente tenía ese hipo horrendo que da después y los ojos rojos.
A las 7 fui a buscar mi puerta. De nuevo, una caminata de 15 minutos hasta llegar. Después se me ocurrió tomar el carrito (sólo cuando llegué y pasó a toda velocidad al lado mío). Esperé, llegaron muchos vieneses y algunos otros turcos. Yo no daba del sueño. En el avión, sí o sí iba a dormir un rato.
En ese aeropuerto te revisaban todo el rato. Tenía que esperar la revisión, para entrar a la sala de espera para entrar al avión. Llegó la azafata, una mujer, flaca, con la cara redonda y ojos redondos. Tenía el pelo tomado en una cola de caballo lisa y se le notaba el tedio en la mirada. Ella revisaba los pasaportes y tickets. Al ver mi pasaporte, me sacó de la fila y me hizo esperar a un lado. También sacó a un lado a un negro, un tipo con cara de turco.
Al rato llegó una turca, con cara de turca, toda de azul azafato. Éramos tres los que teníamos problemas con el pasaporte. Nos llevaron a una cafetería. Era larga y tenía todo un ventanal que daba a mi avión y mi sala de espera. Vi como entraban uno a uno a la sala de espera, los vi sacar sus computadores, como había hecho yo en Sao Paulo y los vi pararse de a poco y entrar por la manga. Vi la sala de espera vacía, como metían las maletas, como separaban la manga.
Mientras tanto la turca odiosa fue y vino tres veces. Cuando bajaba la escalera mecánica tenía que pasar frente nuestro. La primera vez, nos miró y creo que casi nos la comimos con la miraba porque corrió la cara de inmediato. Las otras veces ya no miraba hacia la cafetería. De otros vuelos, sacaron a otras tres personas más.
Vi partir mi vuelo y seguíamos esperando alguna respuesta de la aerolínea. Había un turco que no hablaba nada más que turco. Con señas, le pedí prestado su celular para mandar un mensaje “me sacaron del avión”. Yo luchaba por mantener los ojos abiertos. Ya eran las 9 am local (3 am Chile). Iba a ir al baño, cuando me topé con la turca pesa’. Me dijo que me esperara. Algo le dijo en turco a la azafata de cara redonda y le pasó todos nuestros pasaportes. Ella nos llevó a una oficina muy lejos. Uno de los chicos que íbamos, me preguntó de dónde era, le dije que de Chile. Él era de R. Dominicana. Nadie ahí entendía nada.
Llegamos donde está la revisión de pasaportes para entrar a Estambul y ahí la chica desapareció con nuestros pasaportes. Obviamente no dijo nada. Alguien le preguntó que ocurría y dijo “no haga preguntas ahora”.
Volvió con dos personas de civil. Uno de ellos se para frente a mí y me apunta con una cámara. Se quedó así harto rato. La baja y me pregunta que me pasa. ¿Qué me pasaba de qué? Compadre jil. ¿Por qué está aquí? Me pregunta. Nuevamente a contar la historia de Frankfurt. El mismo tipo le pide a otro señor que le entregué su pasaporte. El tipo lo mira y se sienta en una silla. Le piden de nuevo el pasaporte y abre su mochila y saca una galleta y se la come. La azafata pierde la paciencia y le dice que se lo pase. El tipo se enoja (con justa razón y pregunta algo en quizás que cosa, porque la azafata le responde en inglés “ji pólice!! Giv jim the passsssport!” Al fin accede y se lo entrega. Los policías de civil y la azafata desaparecen detrás de una puerta. Alguien les pregunta que ocurre y responde que no haga preguntas ahora.
Veo que los otros chicos están perdiendo la paciencia. Se están enojando. Saqué un chocolate que me regaló el turco del avión y lo repartí para todos. Eso pareció animarlos. Al menos conversaban.
La azafata volvió, le entregó los pasaportes a dos personas y a otros tres, (incluyéndome) nos llevó a otra oficina. Miraron los pasaportes. A mí no me dijeron nada. Algo dijeron en turco y la azafata me dice que la siga. Me saca de la oficina y me dice que salga, que compre un ticket de otra aerolínea, que no lo intente más con Turkish Airlines. Mis maletas iban a ser transferidas. Se dio media vuelta y se fue. Salí corriendo detrás de ella y le dije que me tenía que devolver mi ticket de avión. ¡Que me habían dicho que me iban a reprogramar! ¡No sacarme de ahí! Me dijo que en Viena lo podía devolver y que no hiciera preguntas. Salió caminando todavía más rápido, como si tuviera miedo que le hiciera otra pregunta.
Todavía tenía sueño, frío y enojo. Salí de ahí, tal como me dijo e intenté buscar un vuelo directo a Viena. Todas las cajas me decían o que no tenían o que más rato volviera. Una turca odiosa me dice “wi don jav don ask”. Le pregunté dónde podía preguntar y me dice “don nou, don ask”. Amena. Pregunté en todas las ventanillas y una turca teñida rubia me dice que ella tiene, pero que va primero a Zurich. Tenía que volver a las 2 para comprarlo. Miré la hora y ya eran las 10. Me temblaba el mentón constantemente. No podía controlarlo.
Mi cel estaba descargado todavía y mi pc también. En ese lugar no había ni un solo enchufe. Tampoco tenía mi cable para cargar, muy poco Manfredi, porque se suponía que nada iba pasar. Compré un cable y buscando un lugar para cargar, una chica de una tienda me vio y me hizo un gesto para que le entregara el celular y el cable. Me senté a esperar. Se me cerraban los ojos del sueño, cuando no, me lagrimeaban de pura angustia.
Me paré y me fui a caminar. A nadie se le cierran los ojos caminado. Volví y llamé de nuevo. La pilla de la Loreto me dice “relájate, si se va a solucionar”. Menos mal que no vio mi cara, ni escuchó todo lo que dije después de cortar. Sí escuchó todo eso, un turco viejo que me dedicó una sonrisa de tres dientes. Súper picantemente, le dediqué la misma mirada que a mi hermana y me fui. Me senté al otro lado de unas negras musulmanas o algo así. Usaban túnicas largas, el pelo cubierto como las musulmanas y rezaron a la meca. Sentada no estaba consiguiendo mucho. Fui a la ventanilla de Turkish y quise que me devolvieran mi plata, me dijeron que no, porque algo en pseudo inglés que no entendí y un no haga preguntas.
¿¿No se supone que las ventanillas de cualquier cosa, de cualquier parte son para hacer preguntas?? En un minuto me cuestioné todo esto y pensé que tenía que me tenía que ver muy marginal para que no me atendieran, mal que mal, los musulmanes creen en la higiene y en la limpieza porque el cuerpo es como templo de Dios o algo así. Solo con pensar eso me sentí muy básica: uno, por no entender su religión y dos por considerar que una religión y una cultura eran iguales.
Volví a la ventana de la turca teñida. Me dice que pregunte en el check-in si puedo volar con ellos. Le pregunté al policía de ahí, me dice que sí. Compré el ticket, voy a hacer el check-in y ahora se les ocurría que no. Llamaron a todas partes, hablaron en suizo entre ellos, me miraban, veían mis papeles, mi timbre negativo de Frankfurt, le sacaron fotos a mi pasaporte, seguían llamando. EL policía era in soportable. Llamaba y decía en el mejor inglés que escuché ahí “disculpe señor que lo moleste, yo sé que usted es un hombre ocupado pero tengo una pregunta… gracias, señor, gracias por dedicarme estos momentos de su tiempo. Muchas gracias señor. Que tenga un muy buen día”. Me miró y me dijo que no podía volar con ellos. Volví a la ventana y le dije a la señora que me devolviera mi plata y se enojó. “le dije que preguntara primero”. No me entrego ni un voucher la primera vez ni la segunda. Le pedí que me mostrara si efectivamente había cancelado el vuelo, pero no quiso. Supongo que eso era una pregunta.
De nuevo me fui ventanilla por ventanilla. No me di cuenta, pero le pregunté a la turca odiosa de nuevo y se volvió a enojar “tell you befor” fue lo que tuve por respuesta.
Llegué a un café que tenía enchufes. Me senté y de inmediato llegó un mozo con una carta. “Filo… tráigame una Coca-Cola”, pensé, pero déjeme usar su wifi y su electricidad. ¿Cierto que en Santiago las coca colas tienen nombres de personas? Ahí también. La mía decía Mutluluk.
Me conecté y para variar, me decían cosas como “tienes que relajarte”. Alguien me habló por Skype, no recuerdo quién, pero sí recuerdo que pelé a todo el aeropuerto y a todos los turcos y a todo el mundo y di la descripción de todas las turcas pesadas. Cuando terminé me paré y en inglés, le pedí a un chico si me podía ver el computador. Me respondió en español. Me puse roja y me fui.
Ahí llegué a la ventanilla de una agencia de viajes. Había una turca, que me dejaba hacerle preguntas. Tampoco hablaba mucho de inglés. Le pedí un ticket a Viena y me decía “¿turkish Airlines?” mil horas explicándole por qué no podía ser en Turkish. Al final me dice algo así como “ai got von flai. 8 pm Turkish Airlines”. Era una broma ¿cierto? Ahí salió su jefe y me pregunta que pasaba. Le expliqué todo. Salió de su oficina, y desapareció. Al poco rato lo veo acercarse por fuera. Me pide mi pasaporte y me dice que lo siga.
Era un turco bajito, pero caminaba muy rápido taconeando con sus zapatos largos negros. Yo iba casi trotando detrás de él. Hizo lo mismo que yo: ir de ventana en ventana. Aunque hablaba turco, no consiguió mucho más que yo. Un chico de Lufthansa le dijo que sí me podía llevar, pero solo con una maleta y un bolso de mano. Tenía dos maletas y un bolso de mano. El turco se dio vuelta y me preguntó dónde tenía mis maletas. Le dije que no me dejaban sacarlas. Volvimos a su ventanilla. La chica de adentro se echaba colonia y el turco se la pide y me empieza a echar. ¡¡¡¡Que horrible!!!!
De ahí enfilamos al primer piso. Se puso en un teléfono de ayuda, dijo algo y me dice “entra por esa puerta, te van a pasar tus maletas”. Llegado un punto, me sentía la más narco, la más traficante y la más ilegal. Entré de nuevo a policía internacional y fui a buscar mis maletas.
Primero me hicieron sentarme en una oficina. Esa fue la parte más complicada, tratando de no dormirme. Cabeceaba tanto, que me llegaba a doler el cuello por los bruscos movimientos. Aparte que sabía que olía mal y que estaba sucia y que estaba horrible. Trataba a como dé lugar de disimularlo, pero me sentía y tenía esa sensación que todos me miraban y que sabían que estaba tóxica. Un señor me avisa que ya están mis bolsos y fui a buscarlos. Me dijo donde, pero no le entendí nada. Me paré en la mitad, de tal forma que podía ver todas las salidas de maletas. Al fondo, aparecieron las mías. Avancé y me tiritaba la pera, estaba tan cansada, que ni lloré. Las tomé no sé cómo, porque estaban más pesadas que tanque en la solapa y me fui. Subí donde el turco y me llevó a no sé dónde. Yo iba con las maletas, doblada en 45° hacía adelante, semi corriendo detrás. Yo lo seguía a duras penas con la mochila en la espalda, arrastrando una maleta y con el computador al cuello.
Llegamos a una balanza y pesó primero una maleta y después la otra, luego ambas, luego mi bolso de mano. Se paraba y pensaba. Me hizo sacar las cosas de mi bolso de mano, para ver si cabían en mi maleta chica y hacer pasar esa por bolso de mano. En ese momento, vio mi diccionario de alemán. Al parecer su vida se simplificó, porque le era más fácil hablarme en alemán, con palabras de inglés, que en inglés solo con mímicas. Cada vez que terminaba una oración me preguntaba “María verstehest du was ich meine?” no siempre, pero le decía que sí igual.
Le dije que me esperara un momento. Abrí la mochila y típico que uno pone la ropa interior al último. Yo saqué un puñado de calzones fucsias, negros, con dibujitos y sostenes rosados, agarré uno de cada cosa y guardé el resto. El turco no dijo nada, solo miraba y me fui a cambiar. Mi mochila estaba tan a presión y apretada con ese plástico de aeropuerto, que no pude sacar pantalones ni nada más. Me fui al baño. Saqué mi abrigo gris súper montañístico y me lo puse, encima el polerón y encima el abrigo negro. No sé cómo, pero cerró. ¡¡Tenía tanto frío!!
El turco fue a hablar en Lufthansa y el tipo se fijó en timbre negativo de Frankfurt. El turco volvió, tomó mi maleta y agarramos cada uno una tira de mi mochila y me llevó a su oficina. Era un cuadrado sin techo, con un escritorio, un carrito de maletas, algunos globos, y cajas. Me dijo que me sentara y salió. En esos tres minutos, me quedé raja. Me calló pésimo cuando me despertó. Solo había salido para hacer té. Tomamos té y fumamos. Intenté pensar en opciones. Era sábado, 6 de la tarde en Turquía y las 12 del día en Chile. Llevaba 48 horas despierta. En ese minuto todos concordaron en lo mismo, que no podía hacer nada hasta el lunes.
Entonces, a buscar hostal en internet. No encontré nada. Tampoco sabía qué buscar. Cerca del consulado de Austria era carísimo, no sabía cómo moverme en la ciudad o cuanto cobrarían. El turco, salió y volvió al rato. Él había buscado opciones barata, pero eran lejos. No sabía qué hacer. Como tenía tanto sueño, no estaba computando nada.
A las 8 cerraron. Tuve que salir de ahí. Me prestó el carrito de maletas y me fui al café de antes a buscar hostales en internet. Encontré uno, anoté la dirección en un papelito y me paré a preguntarle al mozo como era ese lugar. Me dijo que no era bueno. Así lo hice un par de veces. A la tercera me dijo que en el primer piso se podía reservar. Entendí que en el primer piso había un hotel. Bajé y le pregunté a otra turca de un puesto lleno de folletos. Me dijo que no había hotel, pero que podía reservar en cualquier parte. Le pregunté otra cosa más y me dijo que ella no tenía más información… o sea ¿que no hiciera preguntas?
Al primer lugar que fui a reservar, eran solo hoteles 5 estrellas. El tipo me decía “le tengo una súper oferta! La noche cuesta 250 euros”. El segundo lugar era más normal. Era una oficina, con la puerta abierta y una ventanilla. Les pedí hostal y carerraja entré y apoyé mi mochila en un mesón. Después carerraja me senté frente a uno de los computadores.
No daba más. Un turco sentado a mi lado, me miraban como una cosa muy extraña. Me dió chocolate, conversamos, nos reíamos todos. Solo uno hablaba inglés, Boris (el único nombre que puedo pronunciar y no se llamaba así). Le pedí lo más barato, pero eso eran piezas compartidas con 8 personas en lugares terribles. Como andaba sola, nadie ahí me dejó ir a una pieza común. Boris me dijo en un muy precario inglés y con su voz muy grave y semi ronca “no quiero reservarte una de esas piezas porque no quiero que te pase nada”. Pude morir.

El jefe, me explicaba (con Boris como interprete), que mi única opción era irme a Chile, porque a Turquía iban muchos latinos que esperaban tener la residencia en Europa. Le expliqué que yo iba a estudiar, que no era de esas personas, esto era distinto y me contó su caso, algo que Boris no se molestó en traducir, porque él le dijo otra cosa, y así estuvieron un buen rato discutiendo y apuntándome. Al final, quedamos que iba a tomar una pieza en un hostal lejos, pero cerquita del metro. Me hizo un papelito de cómo llegar al consulado y salimos a esperar un auto que me iba a llevar al hostal. Estaba heladísimo. Ni había salido cuando Boris ya estaba fumando. Ahí entendí. Aunque está prohibido fumar adentro, a nadie le importa, mientras no sea en un lugar muy transitado.
Esperamos harto rato conversando y disharasheando en un estacionamiento. Me enseñó algunas palabras en turco. No retuve nada. Hablamos como 20 minutos ahí en el frío. Al fondo un auto hace una maniobra terrible, acelera, dobla en una esquina y se para en frente mío atravezado en toda la pasada. Ese era mi auto. ¡Bien!. Me subí. El cinturón se abrocha para el otro lado. La despedida también es para el otro lado. Tuve un momento súper cómodo intentando descifrar que lado era. A Boris le regalé una moneda de 10 con angelito, el me regaló otra de un presidente de algo que no le entendí. Se despidió con una de las palabras que me enseño, así que no sé qué dijo jajaja.
Anduvimos unos 45 minutos en auto. Yo veía por la ventana unas torres como cohetes. Del mismo estilo que Santa Sofía y pensaba “ahí está” y no era. Mucho rato después pasamos al lado. No lo podía creer. La bordeamos, yo estaba en éxtasis. Exclamaba en voz alta pegada al vidrio “Oh my goood”. Era una Carmela internacional. Un poquito más allá paramos. Sí, mi hostal estaba a dos cuadras de Santa Sofía. Era una calle de adoquines pequeños, con muchos restaurantes y bares. Algunos hoteles y tiendas de comercio con cosas “típicas”. Se parecía a Lastarrias, pero más lindo.
Era una huasa total. Me paseaba hablando sola, porque el chofer no entendía nada. El hostal tenía en el primer piso un bar restaurant. Era divertido porque una mitad era con mesas y normal y la otra era con cojines y shúer turco. Me inscribí y subí al cuarto piso, con mi bolso al cuello, la maleta en una mano y la mochila en la espalda. Tenía que pedirle permiso a una pierna para subir la otra y ya eran como las 11 de la noche. Llegué a mi pieza jadeando nivel Dios y con piernas de cartero de Valparaíso.
La pieza era pequeñita, con una cama grande y calefacción. Me eché en mi cama y casi lloré cuando me di cuenta que me tenía que cambiar de ropa y ducharme. Sacarme todo, abrir la mochila con mi ropa, que además, tenía los broches malos. No entiendo como el turco la abrió tan rápido. Aparte que tenía ese plástico con que envuelven maletas en el aeropuerto. Me demoré tanto y yo solo quería dormir. Por fin terminé y me fui a duchar. En Santiago, compro mi acondicionador en Kiehl’s y siempre me regalan muestras gratis de champú. Tenía dos. Me lavé el pelo y me puse ropa limpia.
Me iba a acostar, cuando me llamó la Catalina y me dice “el cónsul te va a llamar” y cortó. El cónsul de Chile en Ankara (al norte de Estambul) me llamó. Me preguntó que ocurría, lo que tenía que hacer y que me iba a apoyar en todo. Me preguntó dónde me estaba alojando, etc. Le conté todo y corté y me acosté. Fue una llamada desagradable. Como tenía mi teléfono chileno, y él hablaba desde su celular turco, el mensaje se demoraba cerca de 4 segundos en llegar, entonces se formaban unos silencios que yo no sabía si me había cortado, si escuchaba bien o qué. Sí debo decir, que me sentí absolutamente protegida. El tipo me ofreció todo tipo de apoyo y eso para mí fue un consuelo.
Iba a dormir, pero me puse a escribir mails hasta que no di más, ni siquiera despejé la cama. Eran las dos de la mañana locales y las 8 pm en Chile. Había pasado 60 horas despierta. Dormí entre mi maleta, mi mochila, el computador y los cables. No suelo dormir en cama de dos plazas. La otra plaza me sobra.
Domingo me desperté con los cantos del rezo. Creo que los de las 2 de la tarde. Me levanté con un único propósito: reorganizar las maletas. Ya no me iba a pasar más que me quedaba sin nada. Terminé, me vestí, me vestí encima de eso y me vestí encima de eso y cuando no me podía mover, salí a caminar.
¡Qué linda ciudad! De nuevo parecía Carmela. Hablaba sola y decía todo el rato fuerte “Oh por Dioooos!!!”. En la calle de nuevo sonaron los cantos del rezo, vi la mezquita, Santa Sofía y la cisterna por fuera. Vi algunos cachureítos y estuve tentadísima en comprarle una corbata horrible de patitos al papá como una humorada. Decía típico turco, pero me contuve porque era realmente fea.
Caminando, entré al baazar. Era una galería larga, iluminada y muy limpia. Aunque estaba todo lleno de cachureítos, no se veía recargado como patronato o la feria, sino que estaba bien. Muchas tiendas de especias, como las tostadurías. Así mismo venden delicias turcas. Cuando entraba a cualquier tienda, me daban a probar de esas que es como glucosa con pistachos o té de manzana. En las esquinas, en vez de churros, venden choclos cocidos y asados. Me imaginé a mi madre sentada en una baquita comiendo de esos mirando Santa Sofía. Hay otros, que tienen un plato de cobre ancho, con cuatro divisiones. Cada división tiene una cosa muy espesa, como toffee de colores. Uno compra uno y el señor, con un movimiento parecido al que hacen los tíos del algodón de azúcar, hizo una paleta de dulce.
Volví y me entré en mi pieza y más mails.
A la mañana siguiente, me levanté temprano, me duché y me fui a desayunar. El buffet de desayuno era el más divertido de todos. Tenía chocapic y cornflakes, jugo y también pepino, tomate, aceitunas y queso de cabra. Como no tenía ni un peso, pero ni uno, tuve que esperar a que abriera una casa de cambio. Tenía 30 reales conmigo y los iba a necesitar.
Estaba afuera y el vecino, un señor que vendía alfombras, me invitó a ver su tienda. Me dio té y me las mostró todas. Me preguntaba cual quería, le dije que ni una. Insistió y elegí una. Me preguntaba cuando la compraba y

le dije que el miércoles. Me mostró como la envolvían, me contó cómo las hacía, me dijo que eran muy exclusivas y todo eso que cualquier persona que trabajó en Enrilo alguna vez, sabe hacer. Le demostré que no podía pagar con mi tarjeta y me creyó. No volví a pasar por fuera de esa tienda, la alfombra que no compré costaba 600 dólares que no tenía. Caminé a la parada del tranvía (le dicen metro) disfrutando de las cashesitas de Estambul, que tienen ese que sé shó.
Cambié mis 30 reales y me dieron 14 libras turcas. Eso equivale a 5 euros. Eso equivale a 3 lucas quinientos. Con eso tenía que vivir.
La parada del metro me hizo colapsar. Me quedé parada mirando con un billete de 5 lt en la mano sin saber qué hacer. Era como las paradas del transantiago en versión glamorosa, con torniquetes donde uno metía una ficha o hacía bip con una tarjeta. No tenía ni la una ni la otra. Un turco alto moreno y guapísimo me vio, así parada, pensando y me preguntó si necesitaba ayuda. Me explicó que había que comprar una ficha en la jetonmachine (jajajajajajaja) que eran unas cabinas que yo confundí con teléfonos públicos.
Fue más o menos así «cállate y toma mi dinero». No sé porqué me estaba tan confiada. El tipo tomó una enorme cantidad de mis quince libras y compró un ticket. Puso el dinero en la máquina y yo como retardada lo seguí con la billetera abierta en mis manos. Pagó y al terminar solo atiné a extender mi billetera y dejar que guardara el vuelto allí. En ese momento venía mi tram, pero sacó una caja de cigarrillos, me ofreció uno y tranquilamente me dijo que luego vendría otro. Fumamos juntos. Me preguntó de dónde era, le dije que de Chile y para mi alivio, hablaba español. Que conocía gente de Santiago y wachuleru… En la Cisterna. Algo así.
Me las dí de la periodista que aprovecha su deportación para jotear gente, entrar gratis a lugares y conceguir más de ese té. Le pregunté que hacía y me dijo que trabajaba en una tienda de alfombras y que me iba a esperar para mostrarme la tienda. Nunca llegué :C . En el rato que esperamos el metro, fumamos, me explicó que las alfombras las hacen chiquillas desde los 17 años. La primera que hacen, las regalan a sus maridos cuando se casan. Tejen hasta los 35 años preferentemente, pero las hay mayores. Esto porque es un trabajo tan desgastador para la vista, que después de esa edad, pierden calidad, porque no ven tan bien. Las primeras alfombras son de práctica, las que siguen son de seda y muy finas. Según el tamaño, pueden demorarse entre uno y dos años.
Me fui en el metro hasta la estación Kabatas. El camino era muy lindo, yo miraba para todas partes, hasta que me di cuenta que lo turista se me notaba por todas partes y me tranquilicé. Lo último que quería era que me robaran por jil. Llegamos a una costanera como la Avenida España en Viña.
Kabatas, era un puerto de ferris, creo que llevaban a la parte europea, además de ser paradero de buses. Era como Baquedano. Los tickets de micros se compraban en otra parte, no en la misma máquina. Le pregunté a un vendedor donde compraba ticket de bus, no supo cómo contestarme. Le pregunté a otro y me apuntó un kiosko. Para allá fui. Compré solo un ticket de ida. Error que después pagué.
Tenía que bajarme en la estación Konsolosluk, que significa consulado, solo que si no sabes, solo es una palabra complicada. Le pregunté al señor que iba al lado mío donde era Konsolosluk y me explicó en turco. Le mostré mi papelito que me hizo Boris con el nombre y me hizo señas hablando algo que no entendí de nuevo. Le tocó el hombro a una chiquilla rubia de cara redonda, que se sacaba cueritos de los labios y tenía varias costras en la boca. Ella me miró y me explicó también en turco. Le dije “¿English?”. Ella le preguntó a un señor al lado de ella algo. Supongo que si sabía cuál era mi parada y si sabía inglés. Negó y él le preguntó a una señora. Ella no hablaba inglés, pero me hizo una seña como diciéndome, “yo te aviso”.
En el camino, vi un cartel con una niñita que decía como Mutluluk algo y salía una niñita feliz. Así que era nombre de niñita. Media hora después, llegué. La señora me dijo algo más y apuntó a una parte. Yo le dije “¡si gracias! Adiós”. Y me bajé. Miré para todas partes, avancé un poco más y ahí estaba el consulado. A eso se refería la señora.
Crucé y conmigo, dos personas más tocaron el timbre. Había un viento tan fuerte, que mi cuerpecito santiaguino casi no lo tolera. Yo estaba toda doblada de frío, con capuchas, bufandas y parnafernalias. La pareja parecía no darse cuenta que estaba helado y ventoso. Abrió un señor que hablaba alemán. Le expliqué a qué iba y me hizo pasar a una oficina. Hizo unas llamadas por teléfono y yo por mientras llamé al cónsul chileno. Le pasé el teléfono a este señor, que se lo pasó a otro señor, que desapareció con él y que regresó a los 10 minutos. Mientras, el primer señor austriaco, me daba mandarinas y me decía que eran orgánicas. Bien.
El segundo señor, me dice que lo siga y me lleva a una parte de visas. Había muy mal olor ahí dentro, como a caca de viejo. Era una sala amplia y de techo alto, que tenía la calefacción suficiente para no morir. Me acerqué a la ventanilla, iba a preguntar algo y la señora se adelantó diciendo “yo la voy a llamar”. Ok, ella sabrá mejor. Esperé y mientras llamaba al cónsul chileno, a la Loreto, la Catalina que me preguntaba cosas diplomáticas y de nuevo el cónsul y me llamaron en una ventanilla. ¿Qué pasó?… adivinen que conté. Es que yo, que la cuestión…wachuleru y wachalomo. “ok, siéntese”.

Esperé mucho rato, pero después de 20 minutos, me puse a cabecear de nuevo. No sé qué me pasaba, si era jet lag, sueño real, qué. Me paré paseé… etc. Al rato me llaman de nuevo por la ventana. Era una señora austriaca, me explicó que todo fue una lesera. Que yo no necesito visa ni para Alemania ni para Austria, solo residencia. Que no existe ese acuerdo especial que alguien me dijo, que toda esa alharaca fue un error, pero que lo iba a solucionar. Además le conté que había perdido un vuelo en turkish Airlines y le mostré mi ticket sin usar. Ella me lo pidió e iba a hacer que me lo reprogramaran. Me dijo que saliera y que volviera en una hora.
Salí, pero recordé que solo tenía 6 libras, que no me alcanzaba para nada. Así que solo caminé. Era tan lindo todo, que no me importó. Hay casas que están inmediatamente pegadas al borde costero. Me preguntaba como lo hacían con los tsunamis. Parece que no hacen nada.
Busqué un lugar para comprar otro pasaje de bus, pero no encontré. Me acerqué a una pescadería y le pregunté a una señora, pero no hablaba inglés. Ella llamó a su marido, pero tampoco. El marido me explicó algo, me pudo haber dicho cualquier cosa la verdad, yo solo lo miré. Sacó su celular del bolsillo y llamó a alguien. No sabía si irme o quedarme. Me iba cuando el señor me pasó el celular. “Hello?” y sí, el señor había llamado a alguien que sabía inglés. Me dijo que ahí no había donde comprar pasajes. Maravilloso.
Filo, seguí caminando y le pregunté a otra señora si sabía. Era una británica, que me dijo que no sabía, pero de todas formas me preguntó de donde era y porque estaba en Turquía. De repetir lo mismo tantas veces, ahora hacía un titular “señora me echaron de Frankfurt y me mandaron para acá”. No le di más vueltas y me senté en una banca a mirar el paisaje. Estaba en la costa y al frente estaba la otra mitad de Turquía.
Cuando fue demasiado el frío, entré de nuevo al consulado. Ahí esperé, me dijeron que me habían redactado una carta para entrar al aeropuerto y para comprar el ticket. Que habían dado aviso al aeropuerto y que mi universidad de Viena había llamado corroborando que yo era alumna de ahí. Todo funcionaba. Me retuvieron más rato para ver qué hacer con lo del ticket. Esperé y esperé. En eso, sentí el ruido de una chapa, me acerqué a la puerta y el guardia estaba cerrando la oficina conmigo dentro.
Al verme ahí, fue a chicotear a la señora que me estaba atendiendo. La señora me dijo que no podía hacer nada por lo del ticket, y que además, Turkish me cobraba 160 euros por reprogramar el ticket. Me miró y me pidió perdón, pero que no podía hacer nada. Me pidió perdón también por toda la pelotera, que si tenía problemas, que la llamara, que si no los tenía que la llamara también. Que si llegaba o no, que le escribiera. Eternamente agradecida, me fui. ¡¡Aaaaghhhh podía volar a Viena!! Mi siguiente problema era irme al hostal. Caminé al paradero con el plan de pedirle a alguien que me hiciera bip y yo se lo pagaba. Ahí había un gentil turco, que hablaba inglés. Le pedí que me vendiera un bip y accedió de primeras. Me preguntó dónde iba y le dije “Kabatas” tratando de pronunciar lo más posible… obvio que sonó muy ridículo y que parecía enferma mental hablándole a un sordo. Cuando llegó mi micro, me subí, el me hizo bip y las puertas se cerraron detrás de mí. “don’t worry” me gritó desde afuera.
Me senté y ahí vi algo, que de haber visto en un principio, mi vida se habría simplificado. Todos los micros tienen una pantalla. En la pantalla muestra la estación en la que está y al lado derecho una lista de estaciones. Tres arriba en gris, que son las pasadas y las de abajo en azul, que son las que viene. La lista avanza en la medida que el bus avanza. Además todas las estaciones son anunciadas por altoparlante. Guau.
Así iba, sentada mirando para todos lados y una señora se subió y se paró frente a mí. Me sonreía todo el tiempo. Ya no me caían mal las turcas, solo las que no toleraban las preguntas. Llegué a Kabatas y ahí tomé el metro. Me bajé del metro y me fui directo a acostar.
A las 7 am, me llama doña para decirme que me levante. Me cayó pésimo. Obviamente que no me levanté. Seguí acostada, me iba a dormir, cuando empiezan los cantos del rezo. Aaahggg. Cuando se acabaron, me iba a dormir y me tocan la puerta. Era el señor de recepción que me preguntaba si me iba ese día o al siguiente, porque el check out era a las 10:30. Resignada tomé la toalla y me fui a bañar. Metí lo que tenía dando vueltas en la maleta, la cerré muy pero muy a presión y bajé. Desayuné ensalada de pepino y tomate con cereal.
Salí a caminar por ahí, tranquila, entré a lo gratis. Entré a una mezquita gratis que era casi igual a Santa Sofía. Primero entre al patio, ahí había explicaciones, pasajes de la biblia diciendo porque todos eran profetas, porque no se entraba con zapatos a la mezquita y porque la mujer… algo que no entendí. No se entra con zapatos, porque es alfombrado y para mantenerla limpia, la gente se saca los zapatos. Es parte de las normas, que se debe ir limpio a rezar y se debe mantener el lugar de oración limpio también. Debo confesar que me desilusionó el motivo, pensé que era algo más místico.
Me saqué los zapatos y me hicieron cubrirme el pelo. En la entrada tenían varios paños celestes de 80×80 cm aproximadamente. Las chinas selo ponían como disfraz de la virgen, yo me lo amarré así no más encima de la bufanda, algunas más conocedoras se lo ponían como correspondía. Yo entré, me di cuenta que estaba toda enredada, salí, me puse el pañuelo, lo aseguré con la bufanda y entré de nuevo. No quería ser irrespetuosa haciendo eso adentro. Es un solo Dios y si lo hago enojar, quizás no salía más de Turquía y terminaba ordeñando camellos.
Las instrucciones eran claras. Había que entrar vestido propiamente, sin faldas cortas ni poleras muy descubiertas. Sin zapatos, no se podía fumar adentro ni comer y no se podía dar besos. Me pareció exagerado que estuviera esa norma en el cartel. Cuando entré lo entendí. Era una pura chacota. La mezquita estaba dividida por una cerca de madera. La parte de atrás para los turistas y adelante, para los que iban a orar. Atrás, todo el mundo sacaba fotos de todos los ángulos, se sacaban fotos posando frente a todo, haciendo caras y gestos y por supuesto, dándose besos.
La mezquita era un edificio enorme, con una gran cúpula. En dos puntos, había dos pilares de 5 metros de diámetro estriados, llamados patas de elefantes por su parecido al animal. Me apoyé en uno de ellos para mirar el techo sin marearme ni perder el equilibrio. Todo estaba cubierto de azulejos o de pinturas con diseños. Cada sector tenía un diseño distinto y no había un pedazo sin decorar. Cada cuadrado de cuarzo que cubría las paredes estaba pintado con detalles y pinturas y colores vivos. Sobre todo azul y rojo. Después me explicaría otro turco que es por los pigmentos que consiguen: lapislázuli y terracota.
El piso también estaba alfombrado. Era rojo, con diseños dispuestos de tal forma, que se notaban las filas que tenían que hacer los hombres cuando se reunían a orar. Era algo así como una alfombra de caligrafía para arrodillarse. Tenía franjas rojo fuerte anchas separadas por franjas rojo oscuro más delgadas. Todo lleno de firuletes y flores. Era increíble.
Cuando me iba, me di cuenta de algo que me llamó tremendamente la atención, al final del edificio, había un sector cerrado, con paneles de madera calada. Pensé que era un pasillo para ir al baño, pero no, era el sector de oración de las mujeres.
A las doce, el guardia entró para sacar a los turistas. Salimos, me puse los zapatos y seguí en lo mío. Al rato suena el canto de la oración. Me paré en la plaza entre Santa Sofía y esta mezquita y vi un rato a la gente que transitaba. En su mayoría, chinos. Si los chinos quisieran dominar el mundo, solo tendrían que organizar a sus turistas, porque son cientos en cada rincón del mundo. En general, gente musulmana.

No sé bien la diferencia, pero estaban las mujeres que solo se cubrían la cabeza y se vestían normal, recatadas, pero normal. Después están las que se visten todas de negro, con pañuelos de colores en la cabeza. Ellas son las que más me llamaron la atención. Los pañuelos que usan en la cabeza no son así no más. Reconocí varias marcas muy glamorosas y caras como Burberry, Louis Vuitton, Fendi, Gucci, Coco Channel y era incluso mejor, si la marca era evidente. Habían otras, vestidas de beige con pañuelos de colores en la cabeza y por último las que iban todas cubiertas y de negros, como almas en pena o fantasmas ninja.
Otros turistas eran los europeos. Señores con bigotes terminados en punta, que se los enroscaban como un tic enfermizo, jóvenes punk con moicanos de colores fuertes, familias y turcos ofreciendo tours y cosas y fumando, obvio. Iba a entrar a Santa Sofía, cuando vi que todos tenían un ticket en la mano. Cobraban, así que caminé por ahí.
Estaba en nada y entré a una tienda de cerámica pintada. Me acordé de cuando era chica e íbamos a los Andes a comprar las tazas para el local. Esta cerámica era espectacular. Me quedaba parada mucho rato mirando una única pieza. Se me acercó un chiquillo y me saludó en turco. Negué con la cabeza y me pregunta en español de dónde soy y nos pusimos a conversar. Me mostró todos los trabajos. Me ofreció té de manzana y conversamos harto rato. Él estudió turismo en Argentina, por eso hablaba español. Se volvió porque tenía algunos asuntos en Turquía y ahora trabajaba en la tienda de cerámicas.
Me explicó un poco del proceso. En el piso superior, donde estaban todas esas maravillas, tenían lo más barato. Todos esos trabajos los hacían los aprendices. En el subterráneo estaba lo profesional. Bajamos. Si arriba me quedaba un rato en cada pieza, aquí, me pude quedar la vida entera mirando una sola jarra. Había varias que eran para el vino. Eran unos circulares con un gran orificio al centro y una boquilla que salía desde la parte más alta. No parecía muy fácil de servir. En los ritos antiguos, se llenaban con vino y joyas, se ponían en un lugar ritual y esperaban a que el sol pasara a través del agujero y quedaba bendito. Ahí los sirvientes se pasaban la jarra por el brazo y la apoyaban en sus hombros. De esta forma, al servir, tenían que hacer una reverencia. Había otras cosas como pinturas que se mezclaban con cuarzo y otro material, que hacía que los dibujos brillaran en la oscuridad. No era fosforo, eso es lo que se ocupa ahora, era otra cosa.
Después me mostró la parte de los azulejos y me dijo que eran de cuarzo y que con eso estaba cubierta la mezquita de donde venía. Esa misma familia había hecho los que estaban ahí hace 200 años. Habían juegos de te cubiertos en oro, otros tan inmensos y llenos de detalles que no me atrevía a moverme cerca de ellos (rompe paga).
Así este chiquillo me mostró todas las piezas y me hizo un tour tan bakan como los que hago yo en la fábrica. Me fui y antes de irme, el turco me regaló un cachureíto con esa pelotita azul del mal de ojo. Obviamente que hubo intercambio de wassaps y todo eso.
En la tienda de exactamente al lado, otro turco me miró y me preguntó de dónde era. Me vio la pura care turista. “¿Quieres te de manzana?”. Sí, por supuesto. El té de manzana se parece a los jugos en cajita, un poco más ácido y caliente. Reconfortante para esta alma friolenta. Entré a la enésima tienda de alfombras de la vida. Nos sentamos con el turco en un sillón y el pegó un grito y me pregunto qué hacía en Turquía. A esas alturas yo realmente estaba pensando en inventarme una historia, pero la verdad es que seguí con la misma, solo que le puse más cuento, más simpatía y disharashería. Le conté como nunca había pensado en la posibilidad de estar en Turquía y lo mucho que me gustaba ahora que estaba ahí.
Al rato llegó un chiquillo con una bandeja con barritas hacía arriba, como los platos para colgar plantas, pero de bronce o cobre. Ahí traía los vasitos de té, que son de vidrio, con una curvatura en la cintura. Si eres turco tomas el vaso por ahí. Si eres pollo como yo, lo tomas desde el centímetro de borde que queda sin líquido, el único lugar no caliente. Más té, más conversaciones y más te.
Me explicó que las alfombras las hacen chiquillas de 17 años, porque sus manos son más finas, entonces los nudos quedan más firmes. Mientras menos firme y menos fino es el nudo, se nota más cuadriculado el tejido, mientras más fino es el hilo y el nudo, el dibujo se ve más parejo. Las mujeres que son mayores, hacen otro tipo de alfombras, que son más toscos y menos demorosos.
El turco me tomo la mano, la alzó frente a sus ojos y me dice tu podrías hacer de esas alfombras y apuntó a una de esas últimas, con algunas grecas muy grandes. Además me dijo “tu trabajas fuertemente con estas manos”. Gracias.
Cuando acabé la segunda taza de té, me fui. “vuelve y ven en primavera y trae amigos, etc.” Seguí caminando y entré a una tienda de especias y dulces árabes. Es tan colorido y huele tan rico. El turrón lo venden en unos cilindros muy grandes como botes de pintura, que van cortando en la medida que se vende. Otros dulces, lo venden en rollos, que parecen sushis, solo que más coloridos. En otro sector tienen distintos tipos de té. El de jazmín, son unas pelotas como capullo de flor, está el de manzana (obvio), y otras mezclas que olían muy rico. Me dieron a probar un dulce como glucosa con maní y me fui.
Media chata de tanta conversa, me puse los audífonos y avancé cantando, así, si me hablaban, era como que no había escuchado nada. Me paseé y vi pantalones, zapatos, sombreros, cosas chinas, cosas turcas, cosas raras. Entré por calles, salí por otras. Me perdí harto rato. Hasta que vi una de esas agujas que anuncian la oración. No es muy difícil, si se siguen, uno llega a una mezquita. Si se siguen las mezquitas uno llega a Santa Sofía y ahí ya sabía cómo volver.
Tienen unos adoquines muy chiquitos, como de 15×15 cm. Entremedio, está lleno de colillas de cigarro. Alucinante. La ley 20.105 chilena ha hecho que tenga otra visión sobre el tabaquismo.
Estaba en la plaza y vi un señor con una especie de máquina de café dorada. No todo lo que brilla es oro, yo sé, ¡pero era muy lindo!. Tenía un cartel que decía “la cura más sana en invierno”. Compre un vaso de aquello por dos libras turcas. Era un vaso pequeño de una leche muy espesa, que le espolvoreó canela encima. Tenía sabor a miel y otras especias. Era muy rico y efectivamente era una cura para el alma. Caminé feliz tomándome mi leche, cuando recordé que no podía ir por una calle porque estaba la tienda de la alfombra que tenía que comprar.
Me desvié y vi otra tienda de alfombras con una señora tejiendo en la ventana. Me acerqué y un señor me abrió la puerta. “hola” me dijo. Sorprendida le pregunté cómo sabía que era latina y me dijo “se te nota en la cara”. Esa respuesta también me sorprendió, porque hasta ahora me habían dicho rusa, árabe, rica e inteligente, pero no que tenía cara de latina. Me hizo pasar a su tienda y me ofreció te. Se sentó conmigo y me dijo “yo sé que eres chilena por cómo hablas. Yo conozco gente muy importante Chilena”. Curiosa le pregunté a quién “soy amigo de Errazuriz, el abogado de Pinochet”. Ah ya… ni nada más ni nada menos. Nada de juanes sotos que viven en Talca.
Conversamos un poco y le pregunté sobre la tejedora de la ventana. Ella teje máximo dos horas diarias y cuando el sol está de frente, si no se hace muy pesado. Estaba haciendo una alfombra de más de un millón de puntadas en la que se iba a demorar 2 años. Ya llevaba uno y medio. Al principio me gustaba la idea de las mujeres tejiendo, después me fue cayendo peor. Me pareció abusivo, que para variar, mujeres tengan que exponer su salud para su trabajo. Que fueran obligadas a sacrificar ciertas partes de su cuerpo, por una imposición social. El tipo tomaba tecito y la mujer estaba en la vitrina forzando la vista, tejiendo con dedos callosos y feos.

Llegué al hostal, pagué la cuenta y pedí algo de almuerzo. En la mesa de al lado había un turco (asumí yo) que esperaba no sé qué. El mozo se acercó a mi mesa y me habló en español. Me preguntó de donde era y le dije que de Chile. El tipo “turco” de la mesa de al lado, me dijo que el también, que estudiaba derecho en la Chile, vivía cerca de metro Ñuble y que había paseado por mil partes. Le conté que yo había ido de tienda en tienda pidiendo tecito y se enojó, porque por sus facciones, nadie le regalaba nada. Incluso, Cuando sonaban los cantos para la oración, se agachó a abrocharse el zapato y una niñita española pensó que estaba rezando.
Estaba comiendo cuando llegó mi auto a buscarme. Comí un poco más y me fui. Camino de vuelta al aeropuerto vi que había muchas ruinas y que la gente construye encima. Le pregunté al chofer si era seguro hacer eso, porque ahí también tiembla. No me entendió, así que no lo sé.
En el aeropuerto te revisan en todas partes. Para entrar, revisan. Había hecho mi maleta tan a presión y me hacen sacar el computador del bolso, sacarme los zapatos, pasar en polera y te revisan del otro lado. Me demoré mucho rato, hice que la fila se demorara muchísimo, porque tenía que sacarme como 3 capas de ropa, los zapatos, sacar el compu, pasar por la puerta, ponerme la ropa, meter el compu, tratar de cerrar la maleta, mandar todo a la cresta, poner la mochila en una mesa, ponérmela, sacarme la dignidad, dejarla sobre la mesa y salir de ahí algo humillada.
Fui derechito donde el turco. Ya tenía vistos los vuelos para mí y le dije “compremos!” para variar la tarjeta no funcionó y hubo un caos y fue terrible y horrendo y esperar y todo eso. Al final lo compraron en Santiago por internet. Mientras el turco, me daba tecito. Me hizo copias de la carta del consulado por si me pedían en alguna parte y cerró mi maleta (yo no pude). Me ayudó a llevarlas al check-in, se saltó la fila y puso mis maletas en el mesón. Apuró el proceso aclarando todo en turko, mostrando una copia de la carta y se fueron mis maletas.
Todavía tenía una hora y media para abordar. A la gente de ahí les regalé super8 molidos (después de semejante viaje) y me dieron más té y conversamos cosas.Me llevó a una sala especial para fumar y conversamos un rato. El turco me esperó hasta que me fui a policía internacional. Eternamente agradecida con ese señor.

Pasé, le mostré mi carta al policía, se rio no sé de qué, me dejó pasar, me saqué los zapatos de nuevo, el abrigo, el otro, el polerón, pasé por la puerta, soné, me revisaron entera, me puse mi ropa y seguí.
Me fui directo a mi puerta, donde ya había gente esperando. Nos revisaron los pasaportes y otra turca pesada me apartó de la fila. Llamó a un superior, le mostré mi carta, dudó, la pensó y me dejó pasar.
Ya estaba más tranquila con todo ese trámite, pero todavía quedaba la última prueba que era Viena mismo.
VIE
Me da rabia admitirlo, porque los odio, pero el vuelo de Turkish Airlines fue muy bueno. Asientos cómodos, espacioso, comida rica, servicio a la orden… Los odio mucho. Sirvieron un humus de pavo que estoy segura que tenía pepas de zapallo.
Llegué a Viena, fue directo a policía y lo mismo ¿qué pasó en Frankfurt? Les mostré mi carta, llamaron a una policía superior, me miraban, miraban mi estampa negativa, miraban mi carta. Ya estaba idiota con el tema. Al final me dejaron pasar. Salí casi corriendo antes de que se arrepintieran. Tomé mi mochila, maleta y salí de ahí. En la puerta estaba el Payo esperando. Me trajo a mi pieza y aquí conversamos un rato hasta que se fue.
Así fue como me demoré 5 días en llegar a Viena, pero ya estoy bien. Mi pieza es muy amplia y linda. Mi cama es sorpresivamente cómoda. Vivo en un apartamentito con una rusa que hace un Phd en micro moléculas biológicas o algo así… fue demasiado ruso para mí.