Deseo

Ni siquiera pedía ganarme la lotería. Era solo un pequeño deseo el que tenía. Me hice amuletos con tréboles de cuatro hojas y los guardé en lugares estratégicos: mi billetera, debajo de mi almohada  y en un pequeño altar mirando al sol que hice en mi ventana. Soplé infinidad de dientes de león y solo conseguí que se me quedaran atrapados en el pelo. Cambié luca en un banco por monedas de 5 y de 10. Me fui a pasear a todas las fuentes, plazas con piletas, piscinas y lugares con acumulación de agua a tirar monedas, hasta que se me acabaron.

Un día, una amiga me dio a probar una fruta nueva. Me dice «¿No lo habías comido antes? pide un deseo». hice una lista de todas las cosas que no había hecho ni había probado y me fui a buscar nuevas oportunidades para pedir deseos. Me restregaba los ojos, con la esperanza de dejarme pestañas en las mejillas. Esa táctica fue la peor. Tienes que adivinar si está arriba, abajo y hace que el deseo no siempre se cumpla. Cuando mis amigas hablaban, trataba de decir alguna que otra palabra al mismo tiempo. En los cumpleaños, me ofrecía para llevar la torta y soplaba las velas al mismo tiempo que el cumpleañero. Tanto esfuerzo pidiendo deseos y no pasó nada. Fue tanto lo que trabajé por mi deseo, que me olvidé para qué lo quería.

 

 

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